Zomba Prision Band |
Nos han
concedido una visita a la prisión de máxima
seguridad de Malawi, Zomba. Hemos de avisar al llegar, previsto sobre la hora de la
comida. Tenemos 5-6 horas de viaje, hace calor en esta mañana, paramos para hidratarnos
con agua de coco. El coche también parece deshidratado, no quiere arrancar, o
quizás no quiera ir a una prisión.
Nunca había tenido
intención de visitar una cárcel, y en mi cabeza la palabra se asocia con imágenes
e historias de la gran pantalla, oscuros y temidos lugares donde reclusos
planean ingeniosas y arriesgadas escapadas, donde las internas llevan el ámbito
carcelario al terreno de lo femenino, lugares de los que todos quieren salir
pero a los que todos parecen “enganchados”.
Nuestro objetivo es
conocer a la banda de música formada por reclusos y guardias de la prisión de
Zomba, un año después de su nominación a un Grammy. Son las 12:30, hacemos la
llamada pertinente desde la comodidad de un fast food cercano, y para nuestra
sorpresa el director nos comunica que ya no va a ser posible, que nos esperaban
por la mañana. Shock. Caras de incomprensión. Devline, nuestro compañero local,
dice, “es una excusa”. Respiramos, pensamos, pasamos al ataque infalible de la
insistencia educada. Permiso re-concedido. Respiramos de nuevo.
Atravesamos con el
coche una verja principal, que el guardia abre sin preguntar, y de repente
estamos frente a una doble puerta de la que entran y salen indistintamente
personas, guardias, reclusos y personas. Todos nos miran, nos sonríen y nos
saludan, didi bwino? Y respondemos, zikomo kwambiri, didi bwino? Muy bien gracias, ¿y usted? Estamos dentro de la prisión, así sin más,
sin preguntas, sin registros, sin confiscar nuestros bienes. Aún así, siento la
prudencia de resguardar mi cámara de miradas furtivas, la paradoja de la
fotografía, al fin y al cabo estamos hablando de máxima seguridad.
Nos llevan a la
oficina del warden, pequeño, menudo, cara de gracioso y de pocos amigos,
educado. Nos acompaña Mr. Bina, el líder de la banda, guardia de la prisión
cercano al retiro. En medio de la muy educada y protocolaria reunión de 15
minutos, ha llegado la electricidad, afortunadas nosotras, la banda podrá
tocar. Vamos a su encuentro.
¿Ladrón, asesino, traficante? |
Los reclusos de
blanco y los guardias de color militar, todos nos observan interesados,
curiosos, expectantes, algunos entusiasmados, otros recelosos. Romper el hielo
lleva el tiempo que llevan las cosas en el continente Africano, el necesario. Mi cámara comienza a interactuar con los
diferentes componentes de la banda, y mientras se dispara poco a poco voy
descubriendo brillos, sonrisas, inquietudes, timidez, desconfianza… De repente
me acuerdo que estoy en una cárcel de máxima seguridad donde no registran a
nadie, interactuando tranquilamente con los reclusos, algunos condenados a
terminar sus días allí. Algunos encerrados por asesinato. Pero yo no siento
inseguridad alguna. Sólo siento la onda que generan sus acordes musicales y la cómplice
e inesperada relación entre guardas y reclusos.
Nuestra visita está
confinada al territorio donde se desarrollan las actividades de oficio de la
cárcel, entre ellas la de la banda de música. El calor y la música comienzan a
sacar sonrisas y a relajar posturas. Se anima la banda. Nos explican sus
letras, basadas en sus experiencias en la cárcel, sus reflexiones, arrepentimientos,
sus sueños. La banda es uno de esos sueños, sus canciones hablan de cómo la
música les ha transformado. A reclusos y a guardias. Nunca pensaron que
lograrían una nominación. Son conscientes de que con eso no es suficiente, que
su situación sigue siendo precaria, en una institución que tiene el triple de
reclusos que la capacidad real, que es víctima de la corrupción, de la falta de
presupuesto, del sistema. Al menos ahora con la banda tienen algo para
disfrutar cada día, mientras confían en que su salto a la esfera mundial genere
algo más de concienciación respecto a la situación de los reclusos en muchas
cárceles del mundo.