Angola no entra por los ojos, al menos no por los míos...
Quizás imaginaban sabanas selváticas llenas de animales,
caminos de arena roja salpicados de verdes frondosos de diversas tonalidades,
agua, mucha agua, mujeres con trajes de colores y niños cargados a la espalda… Un
poco de esto hay, pero lo primero que han visto mis ojos ha sido una capital
gris, repleta de coches de lujo que luchan por colarse entre los 20 centímetros
que hay entre uno y otro; mientras, un sinfín de vendedores ambulantes traen la
tienda a los infernales atascos: espejos, alfombras, pinzas para la batería del
coche, chanclas,…¡el colmo de la venta a domicilio móvil!
Luanda parece llena
de gente, de polvo, y de edificios construidos sin ánimo de embelesar y con
prisas de llegar a manos de nadie, llena de casas abandonadas o nunca
habitadas. Al otro lado, un nuevo y moderno paseo marítimo, orgullo de los
locales, lleno de restaurantes de súper lujo y de palmeras, seguramente importadas
de algún país, como todo lo que se vende y se compra aquí.
El encanto de Angola no se percibe a simple vista,…
carreteras desiertas, casas pre-fabricadas abandonadas que no han podido
usurpar el predominio de los tradicionales poblados de adobe. Paisajes
desérticos, inhóspitos, cuasi encantados, como las estepas de Baobabs, que se
dibujan en la distancia y cuentan historias legendarias que nadie parece
recordar. O los torrentes de agua en forma de cascadas, las de Kalandula,
que ilustran un billete de la moneda local.
Escenas del día a día, plazas desiertas, calles sin
árboles, mercados sin gente, sabanas sin animales. Dicen los angoleños que
cebras, leones, elefantes, jirafas, monos,… todos huyeron con la guerra.
¿Porqué permanecer en un lugar donde todo se mataba y donde no quedaba comida
para nadie? Ellos lo hicieron, mujeres, hombres y niños que sobreviven,
que intentan no mirar atrás. Pero las secuelas de guerra permanecen, en
edificios, en personas mutiladas, en las minas que algunos intentan
desenterrar…. y sobre todo en la costumbre muy arraigada en este pueblo de
recibir ayuda. Más de 10 años de guerra muriendo de hambre y balas… pero no hay
problema, ya llegamos nosotros, los occidentales, para hacerles ver la luz…
Y esa luz, no es más que una costumbre que hemos
instaurado, españoles, portugueses, ingleses, franceses u holandeses, la
costumbre de hacernos “imprescindibles”, de perpetuar la necesidad de ayuda, de
inventarnos excusas para esa nueva colonización comercial que se camufla bajo
la identidad de ayuda humanitaria o de ayuda al desarrollo, tanto da. El
resultado: es mejor esperar a que te den lo ajeno, que buscar por cuenta
propia.
China, Portugal, Noruega, EE.UU, España, todos tenemos
intereses creados en los países del Sur, en Angola; posibles oportunidades de
negocio que iluminan nuestros ojos ante las posibilidades de poder, ante las
incontables oportunidades futuras de enriquecimiento, que sólo se dan en las
sociedades donde está “todo por hacer”. Sigo pensando que el cambio nunca
vendrá de arriba, no es posible, ¿quién va a querer renunciar a esa posición
privilegiada? ¿para quién? ¿por qué? ¿Para que otros los reemplacen…? Así
somos, y así nos va,…
Mientras tanto, yo intento convencer a las mujeres
angoleñas de que, aunque no traigo dinero para ellas, traigo algo que pienso es
mejor: la posibilidad de que se valgan por sí mismas, de que rompan de una vez
por todas con esa dependencia del “Big Father Extranjero”. Quiero convencerlas
de que ellas solas pueden, poco a poco, con confianza y ganas… ¿lo conseguiré?
4 comentarios:
Mi prima muy buen post, bellas fotos, muchas bendiciones y buenas vibras, un abrazo. Att. Cristhian pop
Bonitas fotos, especialmente la primera. Besos!
Claro que lo conseguirás!
Si quieres, puedes...además, siempre consigues lo que te propones...:)
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