sábado, 10 de febrero de 2007

Que pasaría si...

... hubiéramos nacido en un pueblo de la India rural…

Nos llamaríamos como alguna de las muchas diosas hindúes (Lakshmi, Saraswati, Sheeva, Madhavi, Savitri…), o tendríamos algún nombre musulmán, como Shameen o Sharmila y entonces no llevaríamos bindi. Posiblemente no sabríamos con certeza el día de nuestro nacimiento ni cuantos años tenemos exactamente, son cosas que no importan, así que no se apuntan. Nuestro pelo sería negro azabache, grueso y muy largo, lo llevaríamos siempre recogido en una trenza y lleno de flores. Nuestros ojos serían negros, nuestra mirada intensa y limpia, nuestra tez morena y la piel suave (salvo que fuéramos del norte, en cuyo caso seríamos más blanquitas y quizás tuviéramos los ojos verdes, como las heroínas de las pelis). Llevaríamos falda y blusa hasta que nos llegara la regla, momento en el cual ya podríamos llevar Panjabi, el típico traje de pantalón y Kurta larga con fular. En todo este tiempo, mientras nuestros hermanos quizás tuvieran la suerte de ir a la escuela, nuestras madres nos estarían preparando para ser esposas, misión primordial y última en la vida de las mujeres indias.




A partir del momento en que fuéramos casamenteras, es decir a partir de los 16 o 18, ya podríamos usar saree. O sea que mientras nosotras estuviéramos aprendiendo a enrollarnos en los seis metros de tela correspondientes, nuestros padres empezarían la ardua búsqueda de un potencial marido: de la misma religión y casta y cuya dote pudieran pagar. Si tuviéramos suerte no habría que recurrir a la ayuda de una agencia matrimonial o, lo que es peor, a la salida airosa de casarnos con nuestro tío o primo, total ¿quién nos conoce mejor que ellos que nos han visto crecer? Y además seguro que pide menos dote. En el primero de los casos el matrimonio podría convertirse en una verdadera carga financiera para nuestras familias ya que las agencias se aprovechan de la tradición india de los matrimonios arreglados, y si nos casaran con nuestros tíos y tuviéramos hijos posiblemente tendrían alguna malformación o deficiencia congénita derivada de la co-sanguineidad.


Si hubiéramos nacido en la India hace unos cientos de años la dote la hubiera pagado el hombre, como en otras partes del mundo. Pero al parecer durante la independencia India en los años 50 hubo una sangría de hombres, por lo que se convirtieron en un bien escaso… Así que, para encontrar marido ya no bastaba con ser la más guapa, o lista o de buena familia y las mujeres empezaron a pagar dinero para conseguir marido y poder realizarse como mujeres. Claro que esto no es todo color de rosa para los hombres, que también sufren el esfuerzo familiar que supone el pago de la dote cuando tienen bajo su responsabilidad a varias hijas o hermanas.

Una vez casadas tendríamos que trasladarnos a vivir a la casa de nuestra familia política: marido, padres, hermanos y abuelos si vivieran. Tendríamos que acostumbrarnos a sus reglas, cocinar lo que a ellos les gustase, vestir con sus colores favoritos, o sea pasaríamos a ser unas cenicientas vestidas con sarees de colores. Pocas tendríamos la suerte de poder trabajar en lo que quisiéramos, aunque tampoco nos libraríamos de trabajar probablemente en la construcción o arando el campo, tareas más masculinas que realizan las mujeres porque de otra forma el dinero iría a parar a los bolsillos del tendero de la esquina y sus alacenas de whisky indio barato.

A partir del momento de casarnos, todos los meses cuando nos llegara la regla dormiríamos fuera de la casa en el porche, si es que fuéramos afortunadas de tener uno, sino en la calle, y no podríamos tocar a nuestros hijos durante todos “esos días”. Todas sabemos que el sexo de nuestros hijos lo determinan los hombres, pero en la India esto no importa. Si quedáramos embarazadas no podríamos conocer el sexo de nuestro bebé aunque quisiéramos, está prohibido por ley. Si no fuera así, la India seguiría el camino de China (donde el 98% de los abortos practicados eran femeninos…ya me contareis con quién van a follar los chinos de esas generaciones cuando crezcan. ¡Preparémonos porque son muchos! Claro que por otro lado, quizás así se mezclen de una vez.). En resumen, que elegir nacer en la India y ser mujer es garantía de belleza suprema, interna y externa, de paciencia interminable y sacrificio absoluto, y también de resignación total al destino de un ser inferior “por naturaleza y nacimiento”.

Ojalá fuéramos capaces de darle un hijo varón a nuestros maridos, porque si no más de una acabaríamos nuestros días envueltas en un saree ardiendo, prendido “accidentalmente” mientras preparábamos el chapati de la cena. Nuestra pérdida sólo sería lamentada por nuestros familiares, que ni siquiera tendrían la opción de recurrir a la inexistente justicia de la región. Nuestros maridos viudos tendrían la libertad de volver a casarse y recibir otra dote. Si fuéramos tan desafortunadas de ser nosotras las que enviudáramos, estaríamos condenadas a vivir de la limosna de los demás de por vida: no podríamos volver a casarnos, ni trabajar, tendríamos que despojarnos de todo complemento decorativo como pulseras, tobilleras y pendientes y no podríamos hablar con nadie. Esto si nuestra familia política no decidiera casarnos con nuestro cuñado o quemarnos en la misma pira funeraria de nuestro marido. No se cual de las opciones me parece menos mala.

A pesar de todo esto, si hubiéramos nacido en un pueblo de la India Rural siempre tendríamos la mirada curiosa, la sonrisa asomando para quien la quisiera ver. Seríamos muy femeninas, tremendamente coquetas pero al mismo tiempo rudas para afrontar todas las calamidades que no salen en las películas de Bollywood, pero que se viven en todas las calles del país. Seríamos capaces de trasportar pesos impensables encima de la cabeza y aún tener energía y ganas de girarnos para posar sonrientes para una foto, o para curiosear lo que sea que estuviera ocurriendo a nuestro alrededor.

Esto no es una fábula. Tampoco es algo que le ocurra al 100% de las mujeres indias. Afortunadamente en las grandes ciudades y en algunos entornos más abiertos muchas mujeres indias pueden disfrutar como nosotras de lo bonito que es ser mujer, de la independencia para realizarnos como personas en la forma que cada una elijamos y de la libertad para elegir estudiar y a veces hasta poder elegir el marido. Gracias a la labor de muchas personas y organizaciones cada vez más mujeres tienen acceso a una educación y a la posibilidad de desarrollar un trabajo y formar una familia libremente.

Sin embargo, aún hay muchos lugares en la India rural, y en muchos otros países de Africa, Latinoamérica, Asia, e incluso Europa y Oceanía, donde esta situación de inferioridad la viven millones de mujeres. Desafortunadamente no podemos ayudarlas a todas, pero un granito de arena es suficiente para empezar a conseguirlo.

La Fundación tiene un programa de ayuda a la mujer India que me enamora y que me gustaría contaros. “De mujer a mujer” es una evolución del concepto de micro créditos que muchas conoceréis. Partiendo de la realidad mayoritaria de que en la India Rural los hombres se beben el sueldo, se trata de ayudar a un grupo de mujeres de una misma comunidad, aldea o pueblo de la región de Anantapur (que es donde tiene todos sus proyectos la Fundación Vicente Ferrer). Este grupo de mujeres reciben ayudas económicas para montar un negocio y poder así contribuir a la economía familiar. Cada mujer “esponsorizada” recibe un importe anual de dinero, 3500 rupias (unos 65 Euros). De este importe, 2000 rupias son para una cartilla de ahorro a 5 años para que ella monte su propio negocio o simplemente para ayudar en la familia. Otras 500 rupias irán destinadas a una cuenta de ahorro para la futura educación de sus hijas. Las restantes 1000 rupias son para un fondo de salud comunitario al que pueden acceder todas las mujeres de la comunidad en cualquier momento para hacer frente a una enfermedad, una operación, tratamiento, etc. Entre todas las mujeres deciden quién o quienes se beneficiaran de este fondo cada año según las necesidades.


Yo empecé a participar en el proyecto a mí vuelta de la Fundación hace casi dos años. Ayer estuve visitando el pueblo en el que participo en el proyecto mujer a mujer y ha sido una experiencia tan increíble que he querido compartirla con vosotras. Eran 28 mujeres, divididas en tres grupos. Nos reunimos en la escuela, como suelen hacer ellas, y varias de ellas salieron a contarme sus experiencias personales desde que están en el proyecto. Antes de que llegara la Fundación y comenzara a impartirles charlas sobre la igualdad de la mujer y el hombre, ellas dependían enteramente de sus maridos: ir al médico, a comprar, al banco, todo lo hacían con sus maridos. Además, acostumbradas como están a ser consideradas inferiores, no se atrevían a hablar con otras personas que no fueran de la familia. Sufrían maltratos de los maridos, la mayoría de las veces porque estaban borrachos. Todo el dinero que ganaban tenían que dárselo al marido, que en la gran parte de los casos se lo gastaban en beber.
Hace 8 años que llegó la Fundación, y desde entonces su situación ha cambiado sustancialmente. Ahora las mujeres se reúnen periódicamente para compartir sus problemas y necesidades. Gracias a estas reuniones conjuntas y a estas charlas de formación en igualdad que les ha proporcionado la Fundación, han conseguido cosas realmente increíbles que rompen con las tradiciones y cultura indias. Hace unos tres años decidieron ir a hablar con el Gobierno de la región para pedir la construcción de un pozo para el pueblo. Hasta entonces tenían que caminar unos 4 kilómetros todos los días para ir a buscar agua a otro pueblo, y a veces aquellos habitantes no les dejaban coger agua. Así que se armaron de valor y confianza (cogida gracias a la experiencia de varios años de compartir entre ellas), ¡y consiguieron convencer al Gobierno! Así que ahora tienen un pozo y ellas están muy orgullosas de lo que ha conseguido para sus familias, ellas que “no servían para nada”.
Gracias a las charlas de la Fundación han comprendido que no pueden gastarse todo el dinero que ganan, y empezaron a ahorrar. Con este dinero y el que reciben de las contribuciones de las personas que participamos en este proyecto, llevan cuatro años comprando corderitos pequeños. Cada mujer se encarga de cuidar dos, y al cabo de 6 meses los venden. Con este negocio consiguen sacar unas 500/600 rupias por cordero (entre 9-11€), que es bastante para la India. Les ha ido tan bien y están ahorrando tanto que ya han decidido que para el año que viene van a atreverse con búfalas, que son más caras pero también más rentables.


Hace unos años también decidieron nombrar a una mujer del grupo para que fuese la Comadrona del pueblo. Hasta entonces el tema de la salud se trataba con negligencia. Si alguien se ponía enfermo no podían perder el tiempo en ir dos horas de ida y dos de vuelta al hospital, así que o no hacían nada o acudían a un curandero. La Fundación impartió a la mujer elegida un entrenamiento de 1 mes y medio en el Hospital de Bathalapalli para que pudiese atender partos y primeros auxilios. Teniendo en cuenta que todas estas mujeres son analfabetas, fue muy bonito ver cómo la mujer sacaba el botiquín y me explicaba para qué servia cada medicamento, que reconoce por el tamaño y el color. Una verdadera historia de superación personal.
Como os podéis imaginar estaba tan emocionada de ver sus caras de orgullo y felicidad que no sabía que decir, se me saltaban las lágrimas. Les pregunté a los hombres a ver qué les parecía este cambio en sus mujeres y, aunque al principio a algunos no les gustaba la idea de que sus mujeres fueran a reuniones de este tipo y las pegaban y todo, me alegré mucho de ver que casi todos lo veían como algo muy positivo después de un tiempo. Claro supongo que ahora comerán mejor y beberán menos.

Como mujeres tenemos la suerte de no haber nacido en un pueblo de la India rural y de haber recibido una educación que nos ha permitido tener una situación muy cercana a la igualdad con respecto al hombre. En la India y en otros países del mundo esta situación de igualdad también se puede conseguir pero hace falta que cada uno de nosotras aporte su granito de arena, sea en la forma que sea. Por si os estáis planteando qué hacer con esos granitos os propongo, ¿queréis participar conmigo en una comunidad de mujer a mujer para ayudar a cambiar la situación de las mujeres en la India?

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