lunes, 12 de febrero de 2007

Atacama ¿la Tierra o la Luna?

Conocer a “Miss Chile”, una de las momias milenarias mejor conservadas de la región, un paseo nocturno por El Valle de la Luna o perderse en un Bosque de Cactus gigantes... son sólo algunas de las extravagancias de la naturaleza que brinda Atacama.

Atacama es surrealista, mágica, difícil de imaginar, imposible de creer. Al norte de la capital Chilena, a 300km del mar y a 2400m. de altura, la región de Atacama se extiende entre el desierto más árido del mundo y el altiplano, inmersa en un paisaje de contrastes extremos únicos en el Planeta.



El altiplano. Aquí el sol brilla casi 365 días al año en un cielo azul nítido y de un sol cegador, cuesta respirar el aire tan puro y algo escaso de oxígeno y sólo las razas más fuertes sobreviven a las inclemencias de la altura. El desierto. Temperaturas extremas, miles de estrellas de un brillo excesivo, aquí no llueve nunca, las patatas son moradas y las iglesias coloniales se sostienen con la madera porosa de gigantescos cactus.
La vida en medio de estos dos mundos gira alrededor de oasis que aparecen y desaparecen a lo largo de los kilómetros de salares, volcanes y lagos. Sus habitantes, descendientes de los indios aymaras, sobreviven a base de la ganadería de alpacas y llamas, sus compañeros incondicionales, del cultivo de membrillos y tubérculos y de la explotación de minerales.

El pueblo. Todo comienza en San Pedro. Fundada en el S. XVI con la llegada de los españoles, mantiene un aire singular y un ritmo marcado por los caprichos de la madre naturaleza. A pesar de lo recóndito de su morada, sus poco más de diez calles intentan estar al día. No hay café sin internet, los guías chapurrean inglés, ya no cortan la luz a medianoche, algunos cambian Euros y la prensa nacional llega, aunque con dos días de retraso. Su museo guarda desde momias milenarias a instrumentos aymaras para tomar peyote, y los restaurantes sirven ensalada capresse. Eso sí, en la plaza aun queda un cartel de la época de Allende que alguien olvidó quitar y que a nadie parece molestar.

El volcán El Tatio. Aquí están los geysers más altos del mundo. Para verlos hay que salir de San Pedro a las tres de la mañana para llegar antes del amanecer por la “carretera del diablo” a los 4300m de altitud. La poca luz, el sueño y la falta de oxígeno ocultan al principio el milagro natural que se planta ante tus ojos: chorros de vapor y de agua de tres, cuatro y hasta seis metros de altura se escapan por las grietas volcánicas del suelo, cubriendo el paisaje con una nube de vapor cálido con olor a azufre. Con la salida del sol los chorros desaparecen y dos horas más tarde sólo alguna leve fumarola recuerda lo que allí ha pasado... hasta el día siguiente. ¡El madrugón no decepciona ni siquiera a los desventurados que se apunan con el mal de altura!

El Valle. De vuelta a San Pedro, a sólo 40km, están las aguas termales de “Puritama”, que afloran a la superficie formando pequeños “jacuzzis” naturales donde relajarse. Otra alternativa es refrescarse en el agua fría de la quebrada de un bosque de cactus gigantes. Cientos de ejemplares, algunos de más de 15m, se elevan majestuosos e imponentes a lo largo del río, desafiando al ardiente sol del altiplano. Cualquier plan es perfecto para descansar el cuerpo y para recuperarse de la falta de oxígeno. ¡Listos para disfrutar de uno de los exquisitos vinos chilenos al calor de las hogueras de los restaurantes de San Pedro.. ¡y un poco de música en directo!

Las Cordilleras. San Pedro duerme a los pies de tres cordilleras que rodean la región. Los volcanes de la Cordillera de los Andes, la más imponente, marcan la frontera natural con las vecinas Bolivia y Argentina, impidiendo el paso de las nubes amazónicas. ¡Por eso aquí no llueve nunca! Los valles Andinos también tienen su función. Ocultan uno de los excesos visuales más espectaculares de Atacama: las lagunas altiplánicas. Lagos salados de un azul intenso y deslumbrante donde se pierden el habla y la respiración y donde la vida parece haberse detenido.... ¡o desaparecido! Son tan increíbles que más bien parecen hijas del pincel surrealista de Dalí.

El Salar de Atacama. Omnipresente por cientos de kilómetros, esta inmensa y extraña meseta de sal, donde antes habitaba el lago que hoy permanece en el subsuelo, es hogar de flamencos, gaviotas y patos. De aquí salen el litio y salitre que, junto con el cobre de la cercana mina de Chuquicamata, protagonizan la balanza de pagos Chilena. De camino al Salar es fácil avistar llamas y alpacas pastando en los verdes bofedales. Sus lanas son la base de la artesanía de la zona y fundamentales para el calor de las noches del altiplano. El círculo de la vida de este ecosistema único se completa con los sistemas de regadío en acequias de los poblados vecinos, que producen membrillos y otros productos agrícolas.

El Valle de la Luna. Como colofón, la estampa más asociada con Atacama, el misterioso Valle de la Luna en la cordillera de la Sal. Desde San Pedro es fácil llegar en coche o en bicicleta, y es imprescindible visitarlo al atardecer o con luna llena. Las inmensas dunas de arena rojiza son el punto perfecto para contemplar las extrañas formaciones rocosas características del valle o para practicar el popular “sandboard”. También desde las dunas se observa cómo el reflejo del anochecer en el salitre convierten el valle en un auténtico paisaje lunar. Y es que en Atacama uno llega a dudar si está en la Tierra o en la Luna. Buen viaje.

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