jueves, 5 de abril de 2007

El Ultimo Viaje

Bruno cerró los ojos para escuchar la sentencia del Juez. No fue una sorpresa que la custodia pasara a ella. Siempre ocurría lo mismo, aunque en este caso, como en muchos otros, hubiera sido ella la que había desencadenado todo. Con los ojos aun cerrados Bruno pensó en Alex y en Max y sintió un escalofrío seguido de unas inmensas ganas de llorar. Se había preparado para lo peor y eso le ayudó a aguantar ese nudo en la garganta y a enfrentar la mirada fría y triunfal de Tania.



Ahora sólo quedaba esperar que la intervención de los abogados consiguiera que el juez hiciera alguna concesión para que Bruno pudiera al menos ver a sus hijos. No tenía demasiadas esperanzas porque su pasado no sólo había pesado en la decisión final del juez, sino también en la opinión que de él ahora tenían todos sus familiares y amigos, que habían desconocido ese pasado.
Aún tenía cicatrices en los brazos que le impedían olvidar por completo ese pasado oscuro. Tania lo había descubierto la primera vez que se acostaron juntos. El nunca le ocultó su historia y ella lo apoyó desde el principio, prometiéndole absoluta discreción al respecto, pasara lo que pasara. Durante el tiempo que duró su matrimonio Bruno tuvo un par de momentos difíciles y Tania siempre había cumplido su promesa. El primer momento coincidió con el despido de Bruno y el resto de su equipo. Con el cambio de Gobierno, el equipo médico al completo había sido sustituido por los simpatizantes y conocidos del nuevo Gabinete. Bruno había tardado un año y medio en encontrar trabajo y, durante este tiempo, Tania había conseguido un doblete con el turno de noche para poder pagar la casa y el colegio de Alex. Fue una época dura en la que Bruno y Tania apenas se veían, Bruno se pasaba los días fuera en busca de trabajo... y volvió a caer.
Al principio Tania no sospechó nada porque apenas se cruzaban un par de horas algunos días. Un fin de semana que Tania libraba salieron con unos amigos a cenar. Durante la sobremesa Bruno se ausentó durante 15 minutos largos, ante lo cual Tania comenzó a preocuparse. Al volver Bruno se disculpó y contó que se había encontrado con un antiguo compañero de trabajo y que le iba a conseguir una entrevista para una plaza en un hospital público. Los resultados de aquella entrevista nunca habían llegado, porque en realidad nunca había ocurrido. Tania lo supo algunos meses más tarde. Una noche no tenía que trabajar y decidió darle una sorpresa a Bruno y llevarle a cenar con la paga extra que acababa de recibir. Llevaban tiempo sin salir porque la economía familiar no lo permitía. Durante la cena Bruno se mostró distante, como ido. Tania intentaba mantenerle entretenido, pero su conversación comenzaba a agotarse y Bruno seguía sin reaccionar. De repente empezó a temblar y a sudar. Tania se asustó y pensó que algo que había comido le había sentado mal. Pero entonces vió la mirada en sus ojos y supo que aquello poco tenía que ver con la comida. Tania sintió ganas de dejar a Bruno allí tirado, sólo con su mono, pero recordó lo que le había prometido hacía años: “pase lo que pase”. Esa vez Bruno estuvo ingresado poco más de un mes hasta que su organismo superó la ausencia de la morfina.
La segunda recaída ocurrió cuando Bruno ya estaba felizmente instalado en su nuevo trabajo y las cosas iban mejor que nunca en la familia. Max tenía casi dos años y Tania acababa de quedarse embarazada de nuevo. Bruno tenía que hacerse una revisión rutinaria y decidió hacerse algunas pruebas adicionales propias de la edad que empezaba a tener. El diagnóstico fue claro: estaba enfermo de Sida.
Bruno no entendía cómo había podido ocurrir aquello, tenía que ser un error. Como buen médico él siempre había tenido un cuidado extremo cuando se pinchaba. ¿Desde cuando? ¿Qué le diría a Tania? Ella no creería que no había vuelto a caer desde la vez del restaurante, pero era cierto. A pesar de tener el acceso a la droga aún más fácil, Bruno se había mantenido al margen desde entonces. Le vinieron a la cabeza Alex y Max. ¿Y si el portaba el virus antes de su concepción y les hubiera contagiado? No podía soportar la idea de que sus hijos fueran a sufrir en sus carnes sus debilidades del pasado.
Bruno decidió repetirse las pruebas y mientras recibía los resultados llevó a los niños para una revisión nada rutinaria al hospital. Les sometió a todo tipo de pruebas de diagnóstico y genéticas que no reflejaban más que un gran sentimiento de culpabilidad que invadía a Bruno constantemente y que le impedía dormir cada noche. Una semana después, cuando acudió al laboratorio para conocer los resultados, a Bruno le flaqueaban las fuerzas. No se atrevía a leerlos, pero no podía pedir ayuda, de momento estaba sólo en esto. Comenzó por Alex. Negativo. Lanzó un suspiró de alivio y notó como las manos le sudaban y temblaban. Ahora Max, pensó mientras pasaba los informes hasta llegar al punto del diagnóstico deseado: negativo. En ese momento toda la concentración de adrenalina acumulada aquella semana se deshizo de golpe y Bruno comenzó a llorar como un niño. No sabía si considerarse afortunado o no, si creerse los resultados o no, si contárselo a Tania o no. Aun notablemente nervioso, decidió repasar el resto de las pruebas, por si acaso. Empezó por Max, ya que tenía su informe en la mano. Según recorría las páginas del documento observó como todo parecía estar en orden. Entonces llegó a la parte genética y le llamó la atención algo tan sencillo y básico como el grupo sanguíneo de Max: B negativo. Aquello debía ser un error. Tanto Max como Alex tenían grupo sanguíneo O positivo, el mismo que compartían Tania y él. El mismo había recogido las pruebas del laboratorio de su amigo Luis. Recorrió los papeles en busca del informe similar de Alex para confirmar la equivocación, pero lo que encontró le sorprendió aun más. Los resultados también mostraban que Alex tenía grupo B negativo. Bruno empezó a darle vueltas al resultado. Según sus conocimientos médicos, era imposible que dos personas con grupo sanguíneo O positivo tuvieran hijos con Grupo B negativo. Esto sólo era posible si alguno de los progenitores lo tenía, y no era suficiente con que abuelos u otros miembros indirectamente relacionados lo tuvieran.
Bruno continuó leyendo los resultados aún confundido y nervioso por el descubrimiento. Los resultados genéticos confirmaron el dato que le había sorprendido, así que pensó que quizás era su grupo sanguíneo el que estaba confundido, y decidió hacerse unas pruebas genéticas de ADN para salir definitivamente de dudas.
En ese momento había sonado su busca personal del hospital. Era su amigo Luis del laboratorio. Tania acababa de ingresar en el hospital con un fuerte dolor de vientre. Todo apuntaba lo peor. Bruno salió corriendo guardando los informes en el bolsillo de su bata blanca y llegó al tiempo que Tania estaba entrando en quirófano: había que intervenir urgentemente y practicarle un legrado. No se había podido hacer nada. Sus pensamientos saltaban del B- a la sala del quirófano de forma intermitente y no daban respiro a la angustia que acompañaba a Bruno desde hacía una semana. Cuando la intervención hubo terminado y Tania dormía bajo los efectos de la anestesia, Bruno se había dirigido a su despacho y cerrando la puerta, había abierto el armario de las medicinas que solía guardar bajo llave. Sacó la morfina, una jeringuilla nueva y buscó en su brazo izquierdo su vena favorita, reabriendo así las cicatrices del pasado. Bruno pensó en esta compañera de viajes mentales que le fue fiel durante tantos años de juventud.... y descansó en su sillón.
Esta segunda vez Tania no lo hubiera sabido nunca si no hubiera ocurrido después lo que desencadenó su ruptura. Tania se recuperó de su aborto y Bruno, muy pendiente de su recuperación física y psíquica, se había olvidado por completo de su propia situación. Tenía sida. Había decidido no decirle nada a Tania hasta que ella no estuviera totalmente recuperada.
Llegaron los resultados de las pruebas realizadas a Tania tras su aborto. Bruno había aprovechado y ordenado que le hicieran todo tipo de análisis, incluido el del Sida. Temía haberle contagiado a su esposa su enfermedad y no se atrevía a leer los resultados. Como tampoco se atrevía a leer los suyos que había mandado repetir.
Tania Grahova: portadora de Sida
Bruno de los Casares: enfermo de Sida
Tania estaba contagiada. Esta podría haber sido la causa del aborto. Bruno tenía que hablar con ella. No sabía como reaccionaría pero no podía ocultarle algo así. Sacó los informes archivados de Max y Alex para tranquilizarse, afortunadamente ellos no habían resultado contagiados. Repasó todos los informes en detalle, y entonces lo entendió. Efectivamente él no tenía grupo sanguíneo B negativo, ni tampoco Tania. Ninguno de los dos lo tenía, pero sí sus dos hijos. Médicamente esto sólo podía tener una explicación: Bruno removió los papeles en busca de los resultados de sus pruebas de ADN. Cerró los ojos y los volvió a abrir en un intento vano de cambiar lo que las páginas le gritaban y lo que estaba grabado en sus genes: su ADN no era el mismo que el de sus hijos. Max y Alex no eran suyos.
Tania recibió una llamada del hospital de urgencias. Una sobredosis había estado a punto de quitarle la vida a Bruno. Tania estuvo a su lado día y noche durante la semana que duró el tratamiento, apoyándole sin descanso tal y como le había prometido hacía muchos años, cuando decidieron compartir el resto de sus vidas. Sin embargo esa vez Bruno no estaba allí para recibir su apoyo. Tania sentía que esta vez una parte suya no había vuelto del viaje. Bruno había estado muy callado. Una semana más tarde, cuando por fin estuvo recuperado se armó de valor y le contó la verdad a Tania. El porqué de ese reciente viaje. Con lágrimas en los ojos le habló de los resultados de las pruebas de sida... y entonces Tania confesó. Había llevado siempre una vida amorosa paralela con su amigo Luis, el del laboratorio, y ni ella misma hubiera podido decir de quién eran Alex y Max, porque físicamente sus genes habían dominado. Hacía unos meses que aquella relación extra-matrimonial se había terminado, cuando Luis le había confesado a Tania que tenía Sida. Era ella la que le había transmitido el sida a Bruno.
Bruno y Tania tenían que llevar para siempre las secuelas de un engaño y no pudieron hacer frente a ello juntos. Se separaron y no se pusieron de acuerdo en la tutela de los niños. Así habían llegado hasta aquel día, después de una larga y dura batalla legal que Bruno acababa de perder. El engaño permanente de Tania hubiera sido suficiente para concederle la tutela, aunque él sólo quería compartirla. Pero Tania tenía miedo de perder a sus hijos, que ahora sabía no eran hijos de Bruno. Y entonces incumplió su promesa y dijo ante el juez que no podía poner en peligro la vida de sus hijos dejándoles en manos de un ex drogadicto que ni siquiera era su padre.
Aquellas palabras retumbaban aun en su cabeza mientras Bruno salió de la sala y le dijo a su abogado que iría caminando a su casa. Necesitaba pasear y un poco de aire fresco. En el camino se detuvo en su bar favorito, ese en el que había pasado muchas de las noches de parado. Pidió un whisky sólo con hielo. Tranquilamente y sin decir palabra sorbió el dorado licor. Se dirigió al baño, colgó la chaqueta de su elegante traje de juicios y se sentó en la taza del W.C. a fumar un cigarrillo. Era el primero en 6 años. Seguidamente sacó una jeringuilla y la morfina que había cogido el día anterior de su consulta, temiendo no ser capaz de enfrentarse al dictamen judicial. Mientras la morfina empezaba a recorrer sus venas, Bruno comenzó a recordar estampas de su vida como si estuviera viendo un álbum de fotos, Alex y Max, su amigo Luis. Recordó la imagen de Tania cuando la conoció, cuando ella había descubierto su adicción y le preguntaba cómo se sentía en sus viajes, como él los llamaba. Y mientras cerraba los ojos definitivamente Bruno pensó, “este último viaje no podré contártelo”.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Es la primera vez que dejo un comentario on line. Mi ego ya sabe que mi opinión carece de importancia al no ser experto en nada. Si hoy lo dejo es porque estos cuentos maravillosos, con una carga dramática tan alta que deberían ser leidos escuchando Knockin'On Heavens Door, hayan pasado tan desapercibidos, hasta el punto de no generar comentario alguno. ¿Cómo es posible, me pregunto? Puede que no sirva de nada, pero quizás con el comentario, algún internauta que no lo haría, clicke, y disfrute de los cuentos.
Cordialmente, Josep M

arianne dijo...

Hola Josep, ¡qué bien que te gusten mis cuentos! La próxima vez los leeré escuchando a Guns&Roses…a ver si así se expande la onda de los comentarios on line.