miércoles, 4 de abril de 2007

"Si los sueños estuvieran hechos de Piedra, tratarían de Hampi"

“Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.






¿Acaso García Márquez se inspiró en Hampi para crear su inolvidable Macondo? Antigua capital de uno de los mayores imperios Hindúes de la historia de la India, las ruinas centenarias de Vijayanagar (Hampi) se extienden a lo largo y ancho del río Thungabhadra, entre un imponente paisaje verde de arrozales y plataneros. Los templos en ruinas están rodeados de unas inmensas piedras macondianas que nadie sabe de donde salen ni cómo han adoptado las formas actuales. Estas gigangtescas ìedras dominan la vista y sólo se diferencian de las de ficción en que no son blancas… increíble pero cierto: Hampi es igual de mágico que lo que uno imagina al leer el Macondo de García Márquez.

La primera vez que visité Hampi la barquita tipo chalupa que usan para cruzar el río estaba en reparación, o al menos eso me contaron, así que decidí dormir en este lado, donde están el bazar y los templos principales. El “guest house” que encontré tenía el baño fuera, como casi todos aquí, pero la habitación era limpia y acogedora. Pita, la dueña, hace el mejor Thalí del lugar, un plato típico del sur de la India a base de varios tipos de verduras con diferentes salsas, normalmente muy picantes, acompañadas de arroz y chapati.


Con el estómago lleno, decidí recorrer parte de los casi treinta kilómetros cuadrados de ruinas en un “rickshaw”, una especie de Vespa local con dos ruedas traseras y caparazón, el medio de transporte indio por antonomasia. La visita así resulta menos cansada físicamente que hacerlo en bicicleta o a pie, y puede ser útil para orientarse. Mi conductor de rickshaw, Chandra de 18 años, mi Buendía particular, llevaba unos waffles más grandes que las ruedas y cobraba extra por el servicio de discoteca… ¡como si a la India le faltara ruido!
Así que al ritmo de Varsham, banda sonora de la película ganadora de uno de los Oscars de Bollywood, Chandra y su amigo (en la India los amigos aparecen debajo de las piedras si ven negocio), me hicieron un tour por algunos de los templos principales. Kilómetros de ruinas escondidas entre plataneros y gigantescas piedras, que definitivamente conforman un patrimonio histórico de la humanidad en el que perderse y revivir la historia de este pueblo de comerciantes. La opulencia que se debió de vivir queda reflejada en cada una de las paredes de relieves increíbles de sus templos. Aún se conserva intacta una de las estatuas más gigantes que existen en la India de Ganesh, el dios con cabeza de elefante y dios de la suerte para muchos. Esto aparte de la "Elefanta" real de Hampi, que baja todas las mañanas al río para su baño diario.


Como colofón Chandra me llevó a ver una puesta de sol de quitar el hipo al Ragunatta temple, donde se mezclan los colores del atardecer con los de las ropas de los numerosos sadhus que vivien allí. Estos hombres iluminados abundan en la India, y en Hampi habitan en las cuevas que hay a lo largo del río, donde se dedican a fumar marihuana y contar historias de iluminados a los turistas a cambio de una propina.
Después no pude evitar la visita obligada a una de las tiendas de otro amigo de Chandra, y es que por algo fue Hampi el punto de control obligado de la ruta de la seda hacia el sur y del comercio del algodón hacia el sureste. Aquí puedes comprar plata, ropa, colchas, telas, sarees, y todas las cosas que tanto nos gustan de la India, y algo más baratas que en otros lugares más conocidos. Y mi recomendación personal, las cosas más bonitas las suelen tener los indios de Cachemira, aunque hay que estar preparados porque también son los más duros negociantes. Y nunca olvidar una máxima del país, “everything is possible in India”… pero si después no te gusta el precio, “no problem”, puedes ir a otro sitio y todos tan contentos.

Después de varias visitas a este lugar tan especial del Planeta, una de mis actividades favoritas en Hampi es sin duda hacer un alto en el camino en el Mango tree, un restaurante chill out al aire libre y a orillas del río a la salida del pueblo, en medio de otra plantación de plátanos. A cualquier hora y bajo la sombra de un Mango gigantesco, la vista te atrapa: los bueyes arando el campo a la caída del sol, el ir y venir de la barca cruzando a lugareños y turistas, las mujeres lavando en el río…… ¡puedes quedarte horas mirando el horizonte…, o conociendo gente! Y entonces oscurece, y de repente las ves. Al principio piensas que es cosa de tu vista, pero no, están por todas partes. Pequeñas luciérnagas que aparecen y desaparecen dándole un aspecto aún más macondiano a este lugar, auténticas campanillas que alumbran el camino de vuelta por entre los plátanos, ¡convirtiendo en realidad a campanilla y despertando aun más el famoso síndrome de Peter Pan!

Es imprescindible conocer el otro lado del río: aquí no hay tiendas ni rickshaws, los lugares para dormir son pequeñas cabañas al borde de los arrozales mirando al otro lado del río y a los templos, y todo es más lento si cabe. En este lado alquilé una bicicleta y después una moto para explorar la zona. Los caminos son tranquilos y fáciles y esconden todo tipo de sorpresas y escenas. En el que lleva al Monkey temple pasé por unos campos donde las mujeres trabajaban afanosamente. Al verme se detuvieron para curiosear, algo genético en los indios, y de paso me invitaron a plantar arroz con ellas. Así son las mujeres de este país, curiosas, trabajadoras, hospitalarias, elegantes y muy dignas, capaces de realizar hasta los trabajos más duros ataviadas en sus sarees multicolores sin perder la compostura, ¡ni ensuciarse!


Después de quitarme el barrizal de las piernas llegué al Monkey temple, donde los más de doscientos escalones a pleno sol y las miradas intimidantes de los monos no me desalentaron. Y, como recompensa al esfuerzo bajo el sol, una panorámica de Macondo desde el cielo: el inmenso y diáfano río perdiéndose en el horizonte y marcando el ritmo de vida a un lado y otro del río.
Al volver caía el sol y al pasar por los pueblos disfruté una vez más de las alegres y coloridas escenas típicas de la India rural. Las mujeres preparando el chapati para la cena, un pan frito a base de arroz y con forma de oblea, alguien haciendo la puja diaria, una ofrenda a alguno de los cientos de dioses, ineludible a todo hindú que se preste, una mujer dibujando un rangolí de colores a la entrada de la casa, preparándose para alguna de las centenares de celebraciones del país, o miles de niños que gritan mientras convierten el aseo diario en un juego, y haciendo honor al pudor característico de esta sociedad, se divierten bañándose totalmente vestidos bajo las fuentes. Es esta una de las muchas costumbres indias milenarias, el aseo diario, que nosotros los europeos decidimos adoptar. Y hay muchas otras que no nos vendrían nada mal aquí en Occidente… pero ¿quizás sea igual de irreal que Macondo? Feliz Viaje.

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